Hans Christian Andersen nos contó la historia del traje de aquel emperador enamorado de sí mismo y de su ego. Aquel ridículo personaje engañado por un sastre con sus fabulosas promesas de lujoso vestuario es, en realidad, víctima de su propia autocomplacencia. Tanto se quería, que se incapacitó para reconocer la desnudez en que le dejó su vanidad.
En la realización de la acción social, también como entidad solidaria podemos ser víctimas de esa autocomplacencia. La dedicación de energía a muy loables acciones para mejorar la vida de personas con menos oportunidades, puede silenciar una ejecución poco adecuada, realizada con poca pericia. Ciega la bondad de la acción y tarde puede advertirse el equívoco de una acción realizada sin rigor ni profundidad.
Toca hacer mucho más con menos, lo sabemos. El endurecimiento del acceso a los recursos derivados de nuestras crisis económicas recientes, nos han conducido a las organizaciones sociales a una mejor justificación de cada necesidad y a la acreditación más fehaciente del impacto de la actividad. Pero tal exigencia externa conviene convertirla en un modus operandi habitual bien interiorizado, que responda a los intereses de la misión de la entidad.
Necesitamos medir y evaluar, precisamente porque hay en juego mejoras sociales muy necesarias, porque los recursos para alcanzarlas no son abundantes y porque el tiempo urge. Si pensamos en la Agenda 2030, no es un plazo que quede demasiado lejano. Alcanzar mayor justicia social requiere rigor y eso invoca procesos que aseguren la calidad y la necesidad medir y evaluar. Lo que no se mide, no se controla y lo que no se controla no puede mejorar.
También estos procesos de evaluación, además de aumentar el know-how interno de la organización sobre la calidad e impacto de su actividad, pueden aportar mayor valor al trabajo del resto de organizaciones. También de lo que no funciona. Aquí nadie quiere tener una fórmula secreta que desea proteger, cuando se trata de mejorar el ejercicio de los derechos de personas con menos oportunidades.
En esa responsabilidad de medir y evaluar, no hay duda de que queremos estar las organizaciones del siglo XXI. Las que soñamos con una Agenda 2030 para ya.