El panorama del sistema bancario ha dado un vuelco entre la pasada crisis y la que estamos sufriendo en la actualidad. Si en la primera recesión, la tónica fue la desaparición de las antiguas cajas de ahorros, en la crisis de la COVID son las fundaciones propietarias de aquellas entidades las que han arrancado la anunciada nueva ola de fusiones bancarias. Estos organismos han sido los primeros en protagonizar los movimientos que han dado hasta el momento con un acuerdo, el de CaixaBank y Bankia, y la vuelta a las conversaciones de Liberbank y Unicaja.
Las normas aprobadas durante la anterior crisis transformaron por completo el papel de estas entidades, que para el público general habían pasado, salvo algunas excepciones, a un segundo plano. Sin embargo, a falta de conocer los planes de los grandes bancos como Santander o BBVA en el contexto de una nueva concentración en el sector, han sido las fundaciones bancarias las primeras en mover el árbol de las fusiones. Es el caso de Fundación La Caixa, que opera a través del holding Criteria. Ha sido la impulsora, con su presidente Isidre Fainé a la cabeza, de la absorción de Bankia para crear el mayor grupo financiero en España. Pero las fundaciones también tendrán la última palabra en el caso de que la andaluza Unicaja y la asturiana Liberbank se conviertan en un único grupo.
La rápida negociación de CaixaBank y Bankia y la situación del sector, muy afectado por la crisis y los tipos de interés negativos, han elevado la presión en el resto de bancos españoles para lograr incrementar su tamaño mediante fusiones y así realizar recortes de costes, como cierres de oficinas o despidos de trabajadores. Fuentes del sector aventuran que no es difícil pensar que en la banca española están hablando «todos con todos» en la búsqueda de nuevos socios. Los ojos se han dirigido a los grandes grupos como BBVA o Santander, que ahora se verán superados por la nueva CaixaBank, aunque también en entidades de menor tamaño, como Sabadell o el resto de herederas de las antiguas cajas.
En la actualidad quedan en torno a una quincena de fundaciones bancarias que participan en media docena de entidades financieras. Una ley de 2013, posteriormente desarrollada en 2015, obligó a estas fundaciones a separar en una entidad aparte su negocio bancario, quedando éstas como accionistas de dicho banco. Durante esos años, las fundaciones protagonizaron el proceso de consolidación del sector, presionadas por el Estado para intentar solventar el problema de solvencia que tenían las cajas de ahorros. Así se fueron produciendo fusiones que crearon bancos más grandes, algunos gracias al apoyo público. Fue en esta época cuando nacieron CaixaBank, Liberbank, Unicaja, Kutxabank o Ibercaja, todas ellas con fundaciones como accionistas de referencia todavía a día hoy.
El objetivo de la regulación, según se apuntó entonces en los textos legislativos, fue la de «promover que las fundaciones reduzcan paulatinamente su participación en las entidades de crédito». Se les imponía además una serie de exigencias de gobierno corporativo, como la separación entre la dirección de la fundación y la del banco, como ocurrió cuando Fainé dejó la presidencia de CaixaBank y se quedó en la Fundación La Caixa. Siete años después de aquella ley la transformación no está culminada y estas entidades siguen teniendo una voz importante en el sector, como está demostrando el comienzo de la nueva ola de fusiones, donde se apunta a varios de estos grupos bancarios.
Aquella ley obligó a todas aquellas antiguas cajas de ahorros que mantuvieran el 10% de una entidad financiera a convertirse en una fundación bancaria, mientras que las demás quedaban como fundaciones ordinarias. Un caso de estas últimas es Montemadrid, heredera de la Fundación Caja Madrid. A las fundaciones que se mantenían como accionistas de los bancos, les imponía algunos límites para cumplir en un amplio plazo de tiempo. En concreto, para aquellas entidades en las que una fundación bancaria tuviera el 50% de las acciones, o bien fuese accionista de control, les daba dos opciones: o entregar un plan de desinversión con una operación que podría ser una salida a Bolsa para bajar de ese umbral o la constitución de un fondo de reserva, como un seguro para futuros desequilibrios. A la primera opción se acogió la aragonesa Ibercaja, quien había intentado en los últimos años sin éxito plantear su salida a cotizar. A la segunda, se apuntaron entidades como Kutxabank y Unicaja.
Balón de oxígeno para las fundaciones durante el estado de alarma
Las fundaciones bancarias llegan a esta nueva ola de fusiones con un balón de oxígeno que les dio el Gobierno en primavera, al ampliar los plazos de estas exigencias que tenían que cumplir. En el caso de la salida a Bolsa, que afectaba a Ibercaja, el plazo terminaba este año, aunque un artículo incluido en el real decreto de medidas económicas frente a la COVID-19 le amplió el periodo hasta 2022, lo que dio oxígeno al grupo aragonés ante la dificultad de sacar una empresa al mercado en plena crisis del coronavirus. También se amplió el tiempo para las fundaciones que decidieron no bajar su participación en una entidad a cambio de crear un fondo de reserva. Lo tenían que tener listo para 2023 pero al eximirles de la aportación que les correspondía para este año, el plazo se amplió hasta 2024.
Actualmente, la principal fundación bancaria que sigue operando en España es La Caixa. En este momento posee algo más del 40% de CaixaBank, tras haber incrementado en las últimas semanas sus acciones para poder tener el 30% del grupo cuando se absorba a los accionistas de Bankia. Otra fundación es la de Unicaja, que decidió mantener el 49,7% del grupo tras la salida a Bolsa de la entidad pese a tener que afrontar ese fondo de reserva. En caso de culminarse la fusión de Liberbank, y a falta de conocerse el reparto de las acciones tras el acuerdo, sería el primer accionista de la nueva entidad, la quinta de España por volumen de activos. Otras fundaciones que participarían en esta nueva fusión serían la de Cajastur, que ostenta en torno al 24% de Liberbank y que podría mantenerse como un accionista destacado en la nueva entidad. También participan la fundación de Caja Cantabria y la de Caja Extremadura.
Todavía está por ver el papel del resto de las fundaciones en el nuevo mapa que se dibuja con las fusiones. Por situarlo gráficamente y, tras la fusión de Bankia y CaixaBank, se produce una gran diferencia de tamaño entre los bancos en este momento. En un primer nivel quedan CaixaBank, BBVA y Santander. En un nivel intermedio se sitúan grupos como Sabadell o Bankinter. Finalmente, por detrás vienen estas entidades propiedad de fundaciones, o incluso de inversores foráneos, como en el caso de la gallega Abanca. Por ello, en el sector no se descarta que se produzcan movimientos como el ya avanzado entre Liberbank y Unicaja para crear grupos de mayor tamaño.
Uno de estos actores que ha sido señalado en los últimos días es Kutxabank. La entidad nacida de la unión de las cajas vascas y CajaSur apuntó que no está negociando con ninguna otra para una fusión pero que sí se producen continuamente contactos con otros grupos y con bancos de inversión. El banco vasco no descartó que en un futuro se produzcan, según informó Europa Press. La Fundación BBK es la principal accionista, con el 57%, seguida de la Kutxa, con el 32% y la de Vital, con el 11%.
La última de las fundaciones bancarias relevantes es la de Ibercaja, que posee el 87% del banco que mantiene el nombre de la antigua caja de ahorros aragonesa. La intención de este banco ha sido en los últimos tiempos la de poder salir a Bolsa para reducir la participación de la fundación por debajo del 40%. Los malos tiempos bursátiles para la banca han ido retrasando esta operación que tenía que producirse antes de terminar este año. Ahora, con el plazo ampliado por el Gobierno hasta 2020, Ibercaja tiene dos años para acometer esta desinversión.
Fuente: El Diario.es